Es triste, triste... pero es feliz, feliz.

Hay una magia que solo sucede cuando uno está en movimiento, viajando. Hay un arrojarse al mundo que se ve reflejado en lo que te arroja el mundo de vuelta: en ese vaivén  reside todo el misterio, la intriga de saber qué va a traer la marea… el entramado que se teje y nos teje, que por nombrarlo decimos palabras como casualidad, sincronicidad, destino.  Pero todo lo que hay es un gran misterio repleto de peces dorados. Requiere tirarse a nadar.

Molly se fue dejando el departamento lleno de grullas, una bolsita hecha por sus manos con una tela boliviana que cargó enrollada en su mochila de acá para allá, una carta de las que pocas veces he leído y  una lista de contactos y consejos para mi próximo viaje.  Molly se fue dejádome con ganas de viajar, de hacer animales de papel, de pintar. De ir por el mundo y encontrarla por ahí… en algún micro de algún otro continente.



Volvía de Capilla del Monte, Córdoba, en un micro precario que tardaría  14 horas en llegar a Buenos Aires. Mi asiento era el 1, pero como en el 2 estaba sentado Lean, un compañero con el que estaba muy dolida en ese momento, decidí sentarme en el  asiento 3. Pasillo de por medio, cada uno tenía su espacio.  
Volvia de Capilla, entonces, ocupando el asiento que no debía ocupar, en un micro precario sin hablar con el hombre que había dejado de ser mi pareja hacia 7 horas.  Volvía. Volvía entregada… quería dormir, y ésta vez –como nunca, nunca, me pasa- tenía ganas de volver a casa.  

Camino a Cordoba Capital, el micro paró en dos millones de pueblos y se fue llenando en cada pueblito un poco más. Yo tomaba café dulce del botellón térmico del bus y miraba la ruta. Disfrutaba la ruta, el café, los ratos en que dormitaba, me despertaba y me descubría en un micro. Amo dormir viajando, aunque el sueño se interrumpe muy a menudo… como por ejemplo cuando el chofer sin escatimar alaridos indica que estamos EN CORDOBA CAPITAAAL.
Miro como desde una pecera la estación de Cordoba. Escucho el ding- dong indicador de plataformas, veo un hormiguero. La gente empezó a subir al bus, todos se fueron para atrás. Voy a tener los dos asientos para mí pensé y en eso apareció Molly. Excuseme. Acomodó su guitarra, su mochila y se sentó en el asiento número 4. El micro arrancó y nos pusimos a hablar.
Cundo dos viajeros se encuentran (me pasó varias veces, por eso la generalización) la frase introductoria suele ser una palabra o una pregunta cualquiera (excúseme por ejemplo) y las preguntas siguientes son : ¿de dónde venís? y ¿hacia dónde vas?  El nombre, edad y profesión pierden todo protagonismo. Uno se sumerge con el otro en el relato de la ruta..  y a mi me pasa particularmente,  que en esos primeros minutos de charla creo poder sentir el corazón de la persona que tengo adelante.  Molly… A Molly la miré a los ojos y en un segundo entendí algo que mi cerebro tardó un rato más en comprender. A Molly la invité a hospedarse en mi casa en la tercera réplica de la conversación, sin dudar un segundo. Las primeras palabras que cruzamos fueron más o menos así:

-Excuseme
-Como es viajar con una guitarra?
- No tan difícil, es liviana ¿De dónde venís?
- De Capilla del Monte. Vos?
-Bueno, yo pase una semana en córdoba capital y ahora estoy yendo a Buenos Aires.
- Qué vas a hacer al llegar?
-No se… supongo que buscar un hostel y después
-Si querés podés venir a mi casa. Te puedo dar una copia de las llaves. Podés dormir en mi sillón, que es un colchón en el suelo.
Molly me miró un rato y se sonrió.
-          -Bueno, tal vez por una noche estría bien. Muchas gracias.

La conversación siguió cada vez con más entusiasmo y literalmente 2 horas después recordamos preguntarnos los nombres. Las edades. Los roles sociales.  Habíamos conocido -¿reconocido?- nuestros corazones primero y ante esa emoción todo el resto parecía insignificante.
Fue así  como Molly se mudó a mi casa por una noche,  que terminaron siendo  doce.  
De dos desconocidas pasamos a ser amigas o algo parecido a eso, tal vez más fuerte. Las coincidencias no dejaron de sorprendernos.
Molly es una artista plástica, de 25 años, norteamericana.  Y estos tres datos no sirven casi para nada porque no puedo transmitirles a través de ellos su alegría, sus ganas de intervenir todo con pintura: un mate, una pared, un celular. Su forma simpática de ser. Los cantitos que hace cuando se despierta. Lo que le gusta cocinar. Lo inteligente que es para cualquier cosa que tenga que ver con logística. Lo libre que es. Lo hermosa. Lo adorable.

Compartimos comidas, charlas hasta muy entrada la madrugada, fuimos a pasear, nos contamos las historias de nuestras vidas, bailamos hasta no poder más en una fiesta hippie, pintamos, cocimos, cantamos. Hablamos de viajes, de la vida, de yoga. Nos reímos de las situaciones más desafortunadas. Fuimos al teatro, a una varieté. Caminamos descalzas, dormimos en el pasto. Nos perdimos en zona norte.

Molly conoció a mi familia. Pasó el día de la madre en la casa de mi abuela junto a todos nosotros. Le pintó una tarjeta a mi mamá. Fue conmigo a las prácticas de Yoga que dicta Luis –quien ha sido siempre mi maestro… me acompañó a su casa, a ver películas y comer deliciosos manjares vegetarianos.
Mi familia con Molly, después del almuerzo del Día de la Madre.

Hablamos mucho de  viajes. Molly viene de los lugares a donde yo voy, por lo que me respondió pacientemente sobre presupuestos, distancias, etc.

Consejos de Viaje
                   
Cada último día de estadía en mi departamento se iba convirtiendo en el ante último y yo no tenía ganas de pensar en cuándo ése último día llegara finalmente.

Pero a la vez sabíamos que los encuentros y las despedidas son una parte medular de los viajes. Y tanto ella como yo estamos acostumbradas a hacer espacio para la gente del camino en el corazón. Soltando. Asique finalmente llegó el día en el que Molly decidió seguir viaje… ese día después de almorzar, nos tiramos en el sillón y escuchando música brasilera nos quedamos dormidas… después nos despertamos y le pedí que me enseñara a hacer grullas de papel. Hicimos muchas, muchas. En algún momento miramos el reloj y descubrimos que eran casi las seis de la tarde. Molly juntó sus cosas, su mochila, su guitarra. Me dio la carta, los regalos. Me devolvió las llaves del departamento y  yo bajé a abrirle. Nueve pisos  por ascensor, una puerta… y ahí estábamos, abrazándonos en una vereda de Villa Crespo. Cuando nos soltamos nos miramos riéndonos y ella me dijo Es triste, triste pero es feliz, feliz. Sabes lo que digo? Es triste… pero es feliz,  habernos encontrado.

2 comentarios:

  • Unknown | 30 de octubre de 2013, 17:18

    este post fue hermoso, triste y feliz...pero fue hermoso leérlo.

  • Paul Locaux | 4 de noviembre de 2013, 21:31

    Vaya que sí es un hermoso relato. De viajes, de casualidades... que no lo son tanto. Sincronicidad, diría Jung. A veces nuestros relojes sincronizan con quienes sentimos cercanos a nuestro corazón y forma de ver el mundo, antes que a las distancias físicas y fisiológicas que nos separan. Vaya que sí lo se, pues sólo he visto a Emy una vez en la vida, y aunque es poco probable que vuelva alguna vez a verla, sé que la forma de su corazón es tal cual la describe. Invitando a su 'amiga' que aún no conocía... como si siempre la hubiera conocido. Es por eso y mucho más, que la considero mi 'amiga'... aún cuando no nos conocemos.

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